No hay duda que cuando la rabia invade a una turba de personas esa rabia puede tener consecuencias fatales como es el caso del llamado “Juliacazo” que en estos días cobró la vida de seis personas que fueron abatidas por las fuerzas del orden al tratar de calmar a los enardecidos pobladores que exigían ser escuchados.
La violencia extrema tomó por asalto la ciudad Juliaca en el departamento de Puno; pues los manifestantes se enfrentaron a la policía y el Ejército en el aeropuerto Inca Manco Capac. Las fuerzas del orden trataban de dispersar a los revoltosos que pretendían tomar las oficinas del aeropuerto de la ciudad, causando destrozos a su paso sin importarle la salud e integridad de los pasajeros y turistas. Los negocios cerraron sus puertas por temor a los saqueos que son muy comunes en casos como estos; por otra parte el aeropuerto canceló todos vuelos que salen y que llegan a la ciudad.
Los pobladores de la zona exigen el cese de la actividad minera, la descontaminación del río Ramis y la cancelación de la hidroeléctrica de Inambari. Estos pedidos que no fueron escuchados por el gobierno de turno, fueron los que desencadenaron esta ola de violencia.
Tras dos días de protesta finalmente las aguas se calmaron en la ciudad sureña. Los negocios en la ciudad volvieron a abrir sus puertas con total tranquilidad y la situación ha regresado a la normalidad. Si bien es cierto que la población tiene derecho de reclamar cosas, debe hacerlo por las vías correctas y evitar tomar instituciones que no tienen nada que ver con el asunto.
La población en general que se mantenía al margen de esta situación pedía que se solucionara este problema que mantenía en pánico a todos, pues las protestas y la rabia de los manifestantes no respetaba ni sexo, condición social, ni mucho menos si eran adultos o niños. Finalmente todos querían que esta violencia se alejara de Juliaca y así fue.
Ahora las personas pueden transitar por las arterías de la ciudad con un poco más de tranquilidad y el orden regresó a dicha región.
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